31 marzo 2014

HABLAR EN PUBLICO


¿Cómo se aprende a hablar en público?
¿Qué es lo que frena a una persona a hacerlo? 
Aunque este tema lo trataremos más extensamente en el libro que sobre gerencia estamos
preparando, vamos a exponer aquí algunas pautas que puedan resultar de utilidad.  Este es un tema que siempre ha preocupado a muchas personas y, también, a muchos directivos y gerentes de empresa. Aunque el tema afecta en multitud de ámbitos de la vida social y profesional, aquí nos vamos a centrar en el hablar en público en reuniones, charlas, conferencias, visitas a clientes o proveedores y todas aquellas ocasiones en que se está en el terreno propio de las actividades profesionales y empresariales. Dejamos fuera, por tanto, las ocasiones que la vida de sociedad presenta con frecuencia en reuniones o encuentros de amigos y   conocidos o en el ámbito estudiantil, como alumno en centros de enseñanza.


Me permito contar algunas pinceladas de mi propia experiencia personal, por si sirven de estímulo inicial para otras personas. En mi infancia y juventud era extremadamente tímido y callado. Me  gustaba mucho escuchar a los demás, en todos los ámbitos de mis relaciones con los otros: familia, colegios, amigos. Escapaba siempre que podía de hablar en público, casi temía hacerlo y pasaba muy malos ratos por esta causa. Hasta los 20 años las cosas fueron así, más o menos, aunque con la evolución propia del avance en la edad que me hizo progresar en la vida de relación social. Pero no el hablar en público. Fue al comienzo de mi vida laboral cuando las cosas cambiaron. Y fue de forma bastante brusca. Al entrar a trabajar en unos astilleros, me encontré con que la plantilla de trabajadores directamente a mi cargo era de unas doscientas personas. En mi primer día de trabajo hube de acompañar a mi antecesor, que ese día se jubilaba y dejaba la empresa, en una visita de despedida sección por sección. En una de éstas, ante unos 80 trabajadores, la mayoría obreros electricistas de los astilleros, pronunció el que se jubilaba unas palabras de agradecimiento a todos. Al terminar y sin previo aviso, el encargado de de aquella sección dijo, dirigiéndose a todos más o menos estas palabras: Y ahora tenemos un nuevo jefe, Don Manuel. Viene a sustituir a Don. M.G y está aquí con nosotros. Desea dirigirnos unas palabras. Y, así, sin previo aviso ni haberlo comentado antes, me encontré con 80 personas que, con curiosidad y expectación, me miraban y esperaban mi discurso. No hubo tiempo para más. Me tuve que tirar a la piscina sin saber nadar. Y hablé unos instantes. Dije cuatro tópicos propios de estas ocasiones. Terminé y los aplausos de rigor sonaron, mientras respiraba profundamente, tras el mal trago pasado. Así fue mi primera intervención pública.

Tras esto, tuve que hacerlo en infinidad de reuniones y encuentros en esos astilleros y en las empresas siguientes en las que trabajé. Por otra parte, un buen día me incorporé a un grupo de matrimonios que en el tiempo libre dábamos charlas y conferencias sobre la familia. Fui así afianzando mi estilo y mi forma de actuar ante la gente. Y en el ámbito profesional comencé a participar en congresos y jornadas en el mundo de los economistas y empresarios. También, a impartir muchos cursos sobre materias se dirección y gestión de empresas, así como otros para  mis colegas de profesión. Cuando, hace unos años, impartí una conferencia  en el Hotel Eurobulding de Madrid, con la sala abarrotada de profesionales del mundo de la economía, no pude menos de recordar mis años de pánico al hablar en público. ¡Todo es posible y se puede lograr! me dije a mi mismo.

¿Cómo se aprende a hablar en público? Calma, esto es más complejo de explicar. En primer lugar ¿qué es lo que frena a una persona a hacerlo? ¿Por qué se tiene miedo en ese momento o, sencillamente, no se sabe que decir? Se tiene temor por una inseguridad que hace pensar que no vamos a ser capaces, que vamos a quedar mal, que no sabemos qué decir. En suma respetos humanos, pensar lo que otros pueden pensar de nosotros. Pura imaginación propia. También, existe una especie de freno interno, de pavor paralizante, que nos deja sin habla o con la mente en blanco. Es una sensación meramente sicológica. También, y esto es frecuente, el no sentirnos suficientemente preparados para exponer nuestras ideas o argumentos. Con frecuencia estamos influidos por lo que vemos hacer a otros que hablan bien, que lideran, que son simpáticos y que se hacen con la audiencia. Nos comparamos internamente y nos vemos incapaces de hacer lo mismo, nos vemos a años luz de ellos. Estas y otras razones son las que  nos frenan para hablar en público y hacen que, cuando nos decidimos, lo hagamos en forma titubeante, dudando de nuestras posibilidades y deseando acabar enseguida. Y creemos, después, que hemos quedado muy mal ante los demás.

Tendríamos que añadir aquí, el caso bastante frecuente de no tener los conocimientos suficientes del tema que se trata en esos momentos, como para poder hablar u opinar sobre él con suficiente autoridad y seguridad. Esta ya es otra cuestión distinta y que justifica el silencio en esas ocasiones, cuando esto es posible. Aunque también, en estos casos cabe salir airosamente si se tienen los recursos suficientes. Me permito otro ejemplo personal vivido hace bastantes años.

Era un proceso de selección de personal en una conocida empresa consultora de Madrid. Acudí al mismo en busca de un empleo que mejorase el que ya tenía entonces. Tras unas tandas de test, nos seleccionaron a cinco o seis candidatos. Nos citaron una tarde y al acudir, me encontré en una mesa redonda con los otros candidatos y dos entrevistadores. Habían montado un simulacro de reunión en una sociedad para tratar un tema concreto. Se expuso el caso de una empresa fabricante de máquinas de coser y un  problema de ventas. Se dieron unos pocos datos y sin tiempo alguno para reflexionar, nos invitaron a exponer, a todos los asistentes, nuestra opinión y, seguidamente, entablaron un debate sobre la cuestión. Yo no sabía nada de máquinas de coser y poco de ventas y marketing. En unos minutos, mientras otros hablaban, elaboré unos razonamientos basado en la pura lógica, sin más. Los expuse, venciendo mis temores y mi poca experiencia de hablar en público. Al final resulté elegido, cuando había salido con la impresión que aquella gente parecía saber mucho de máquinas de coser.

Otra cuestión a considerar es que existen personas que parecen haber nacido ya con el don de hablar en público sin ningún problema desde que vinieron al mundo. También, otras que, por su simpatía o su gracia, son muy bien aceptadas por el entorno en que se mueven, lo que les facilita desarrollar pronto esa faceta. Pero, hablar en un grupo de amigos o de familiares, bien y con soltura, llevando la batuta de la conversación,  no es lo mismo que hacerlo exponiendo unas opiniones en una reunión o pronunciar una conferencia. En estos casos, no basta la gracia o el salero, ni la simpatía arrolladora. Hay que saber sobre los temas tratados y dominarlos.

Los obstáculos citados que frenan o impiden el hablar en público ¿se pueden vencer? Obviamente sí, en la mayoría de los casos. Existen, ya desde hace mucho tiempo, cursos para hablar en público que pueden ser relativamente eficaces. Enseñan técnicas y sobre todo trucos que pueden ayudar. Pero se requieren más cosas para triunfar en esta faceta o para subir unos peldaños más allá de saber decir unas palabras sin ponerse colorado o sin sensación de desastre. Al fin y al cabo es cuestión de ser comunicadores, de saber llegar a los demás. Y esto requiere algo de psicología para conocer a quien nos estamos dirigiendo.

A continuación, exponemos algunos breves consejos que pueden ser útiles para muchas personas con dificultades para hablar en público:

·Dejar a un lado la sensación de inseguridad. Tratar de hablar e intervenir aunque, después, se piense que se ha hecho mal, que hemos dejado una mala sensación, que los demás se han dado cuenta, que nos parezca que hemos perdido puntos ante ellos, y pensamientos negativos de este tipo.


Creer que los demás no están tan pendientes de nosotros y nuestras palabras como pensamos.


Hablar con un  tono de voz adecuado. Ni muy alto ni muy bajo. Que se nos oiga bien.

Siempre ayuda tener algo en las manos. El clásico bolígrafo o lápiz es un recurso que funciona.
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Salvo que seamos muy torpes, es bueno acompañar nuestras palabras con el movimiento de nuestras manos. Manejarlas bien es algo innato para algunas personas. Pero las manos ayudan a nuestros argumentos. Siempre sin pasarse ni con excesos.

Evidentemente, hablar tras una mesa y con una tarima ayuda, aunque también impone más. Esa tarima crea un ambiente psicológico en la audiencia de que el que habla está más alto, también en sus conocimientos y aptitudes. Hay que aprovechar esto.


Por tanto, es más difícil ganarse al auditorio hablando a su mismo nivel, a ras de suelo.


Hay que llevar siempre bien preparados los temas, salvo que sean reuniones informales o meramente informativas.  En las reuniones de trabajo, charlas, cursos  o conferencias tiene que estar muy bien preparado el tema, a no ser que uno sea una eminencia en esa materia y la ciencia le salga sola y a oleadas. Pero esto no debe significar la perfección suprema. Esperar esto es igual a no poder hablar nunca.


Esa preparación debe terminar en un buen esquema, bien estructurado, de nuestra intervención. Personalmente, siempre he preferido y me ha dado buenos resultados llevar una hoja con los puntos básicos de mi disertación o intervención, en forma que permitan no olvidar asuntos y decirlos ordenados, pero a la vez faciliten el salirse de ellos y no quedar totalmente atado y sujeto a un discurso prefabricado.


Soy enemigo acérrimo de la lectura al hablar en público. Salvo que se trate de una conferencia de nivel, en la que los conocimientos han de ser expuestos a conciencia y muy ordenados y fundamentados, no recomiendo llevar el texto o palabras a pronunciar escritas. Ni una lectura muy entonada y preparada puede eliminar el hastío y cansancio mental que provoca en los asistentes la monotonía de la lectura. Escuchar una lectura requiere un esfuerzo mucho mayor que un discurso natural, con los altibajos el tono y la gesticulación de quien habla y no lee.


·Hay que pensar en la capacidad de atención de la gente en general. Esto es de mayor importancia en cursos, conferencias, charlas o similares. Tiende a ser más baja de lo que pensamos. La gente desconecta con facilidad y sin que se note, tan pronto el tema no le engancha. Aunque no es una norma general, hay unos primeros minutos de bastante atención, inicialmente. Según  sea el interés del tema para el que escucha, ese tiempo se puede prolongar a los 20/30 minutos. A partir de ahí, comienza una cierta fatiga mental que puede hacer que nuestro auditorio comience a atender menos o desconectar. A partir de los 45 minutos, la mayoría de la gente, salvo temas de mucho interés para ellos, deja de prestar atención plena y lo hace a medias o pasan a no enterarse de nada. De todos modos, no puede considerarse esto como una norma general, por supuesto.


·Esas oscilaciones de atención, antes citadas, se pueden dominar y controlar con recursos diversos. Así, no es lo mismo hacerlo con medios audiovisuales que sin ellos, ni con un tono monótono que con oscilaciones, estar sentado todo el tiempo que en movimiento, mirar al público que no hacerlo, dar datos y cifras en mayor o menor cantidad, irse del tema que centrarse en él…. Hay infinidad de cosas y circunstancias que pueden hacer que haya o no atención.


·Personalmente, siempre me han funcionado bien :


Ø  Hablar de pie y con algo de movimiento.
Ø  Hacer inflexiones en la voz y el tono.
Ø  Sorprender con algo al auditorio en momentos determinados.
Ø  Contar experiencias y anécdotas profesionales.
Ø  Advertir desde el inicio de cual será la hora de terminación y respetarla siempre.
Ø  Es muy importante el inicio, la forma de comenzar y lo que se dice en los primeros momentos. Los asistentes se forman ya una idea de los que les espera con ese arranque. Es preferible, comenzar en forma algo distendida, con una breve presentación propia y de los asistentes, cuando proceda, con alguna anécdota o similar, pasando de inmediato a entrar en materia. Esto permite romper el hielo y la frialdad inicial y provocar una cierta situación de confianza y familiaridad.
Ø  En general y salvo en cursos de formación, no hacer preguntas al auditorio. Suele poner incómodo a los oyentes y casi nadie las contesta.
Ø  No hablar leyendo lo que está en los papeles
Ø  No abusar de las proyecciones en una pantalla. Algo y bien hecho ayuda mucho. El exceso o lo mal hecho aburre y quita nivel a nuestra intervención.
Ø  Estar pendiente de las manifestaciones de cansancio o hastío de la gente, sobre todo si son varias las personas en las que las observamos.
Ø  Si la sesión es larga, permitir descansos cortos, preferentemente abandonando la sala.
Ø  Llevar un guión  o esquema preparado, aunque luego no sea preciso su uso.
Ø  Ante las preguntas que, en su caso, nos hagan no estar preocupado de antemano ni en el momento. Si no sabemos qué responder, en concreto, a esa pregunta siempre podremos salir por otro lado, contestar lo que creamos oportuno o salirnos del tema, con gracia, alegando que eso hay que estudiarlo para contestar el próximo día o en otro momento directamente al interesado. En el mundo de los profesionales no está mal visto el estudiar un tema en mayor profundidad y sí lo está, el contestar a bote pronto algo que pueda ser incorrecto o inexacto.
Ø  Llevar material sobre el tema de nuestra intervención y tenerlo en la mesa por si en un momento determinado nos hace falta o nos quedamos en blanco.
Ø  Si hay coloquio o preguntas, procurar que éstas sean de interés general. La gente suele querer resolver su caso particular, con todo detalle, lo que frecuentemente no interesa a los demás. Dar una larga cambiada a este tipo de preguntas y salir de inmediato de ellas.
Ø  Evitar que las preguntas  sean tantas o tan largas que nos coman el tiempo de nuestra intervención. Los asistentes pueden, caso contrario, quedar descontentos por no haber expuesto nuestro tema y no haber sabido cortar preguntas poco interesantes.
Ø  Llevar bien controlada nuestra sesión, evitando que los asistentes nos lleven por otro lado o adonde no nos conviene o interesa.
Ø  En las reuniones, aprovechar bien nuestro tiempo y oportunidades de hablar, defendiéndolo de la voracidad de quienes ocuparlo todo. Cuando alguien se extiende en frivolidades, cosas obvias o sin interés, o se empeña en contarnos su vida en lo más intrascendente, salir al quite y tratar de cortarle, con un comentario simpático y nada hiriente.
Ø  Y siempre, creer en que quien se ha preparado un  tema o lo domina por su profesión o experiencia, está unos peldaños por encima del auditorio, sabe más de eso, y eso debe pesar y tenerlo en cuenta para disponer de la suficiente seguridad en si mismo.
Estas y otras muchos cuestiones que se configuran como verdaderos trucos y utilidades para hablar en público me han servido en la mayoría de los casos. Pero, no olvidemos que lograr hablar en público en  forma adecuada requiere un cierto nivel de esfuerzo y de constancia. Se logra con el tiempo, con las experiencias, una a una. Sucede lo mismo que con la timidez, requiere proponérselo y pelear por conseguir vencer.
Finalmente, podemos concluir que hay mucha gente que logra hablar en público. Tan sólo una parte consiguen hacerlo bien y con cierto éxito. Muy pocos son buenos oradores y comunicadores. Se requiere, además, un cierto don que adorne la personalidad y las facultades adquiridas. Y esto ya, por lo general, no se adquiere, se tiene.

Manuel Díaz Aledo , editor del blog y autor del libro Gerencia y dirección. 



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